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Reportaje de boda en Dominio de la Vega
La boda de Adri & Eli | 20 Septiembre del 2025

Llegó un día que no parecía preparado: llegó con zapatos gastados de tantas historias, con motos, domingos de paella y la rutina de quien comparte la vida a pedacitos. Eli y Adri no montaron un espectáculo; pusieron en escena la suma de lo que les ha formado: la familia que los crió, las amigas que llevan décadas y una niña —Árya— que ya es brújula y promesa.

La ceremonia empezó siendo pequeña y certera. Eli salió caminando desde su casa hacia la Ermita de San Sebastián; cada paso fue un recuerdo que volvía a paso lento: la infancia, la gente que los ha sostenido, la costumbre de mirar al otro con ternura. En el altar no hubo discursos generales: hubo palabras personales que calaron. Eli, con la mirada clavada en los suyos, dijo lo que muchas veces se queda dentro: “Sin ti no sería quien soy”. No era una frase para la foto. Era un agradecimiento a su padre, a su madre y a un hermano que forma parte del paisaje de su vida. Eso fue lo que se oyó: verdad en puro estado.

Adri respondió con la sencillez de quien sabe lo que vale el cuidado diario. Sus votos no prometieron épica; prometieron hogar. Prometió reír a las tres de la madrugada, ser el hombro constante y —lo que nos dejó sin aire a más de uno. Ese momento fue la bisagra: no solo un sí entre dos, sino la declaración de lo que ya habían construido juntos.

Los detalles dijeron más de lo que se cree. La medalla de la abuela cosida al ramo no era un adorno, era un pasado entero sujetando el presente; las flores, hechas por las manos de Adri, eran la prueba de que cuando pones lo que eres en algo, ese algo respira identidad. Y el Dodge blanco en la sesión de pareja, posado entre los jardines de Dominio de la Vega, fue la pincelada clásica que les va tan bien: honestos, con un punto cinematográfico sin artificio.

La pedida, meses atrás en la Plaza de España de Sevilla, sigue teniendo la ternura de lo sencillo: Adri se arrodilló junto a su hija, le entregó el anillo a Eli y el gesto produjo una fecha marcada que acabaría siendo una fiesta rodeada de quienes importan. No fue un acto aislado; fue la continuación lógica de una relación que se construye día a día.

Las amigas —Sandra, Marta y las demás— trajeron historias para reír y para llorar: esa anécdota del baño del instituto que empezó todo, las llamadas a las tres de la mañana que sostienen las amistades, la carta y la cadenita que hicieron temblar a la novia en pijama. En la comida, en la bodega y frente al photocall, la celebración se convirtió en agradecimiento y en carcajadas, con la mesa vibrando de abrazos y las abuelas demostrando que la emoción no entiende de protocolos.

Si hay una manera de contarlo sin edulcorarlo: fue un día para las memorias que se quedan pegadas a la piel. Para nosotros, que lo vimos todo, lo más claro fue esto: no era la suma de fotos bonitas, era la suma de personas. Eso es lo que cuenta. Eso es lo que queda.

Un abrazo,
Israel — Va de Novias

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